lunes, 24 de febrero de 2014

Muss es sein?

"Qué triste triste, che, qué triste, no me mirabas, nunca fue tan triste, tan vacío, doblemente vacío. Con vos no tenia que ser así, nunca iba a ser así, nunca Bukowski, no, con vos no, con vos era otra cosa, una calle mojada, una luz azul, cualquier cosa.. pero no esta oscuridad terrible de la ropa puesta, de 5 minutos y a llorar al rincón. ¿Cuándo nos despedimos? ¿Cuándo dejamos de rozarnos las yemas de los dedos? ¿Quiénes son estos que se llenan de barro? ¿Por qué nos llenamos de barro? ¿Por qué nos ensuciamos las uñas?"

¡Ay, querido! Mi querido niño que juega con muñecas de trapo. Siempre observé tu secreto ritual, tu juego inconsciente, siempre desde una distancia prudencial, cuidando de no ensuciarme los zapatos con tus porquerías. Las mirabas, las tomabas en tus manos, las girabas, las doblabas al medio, les ponías unos vestidos radiantes, las sentabas en minúsculas mesas y les servías el té. Conversabas horas con su silencio y cuando te aburrías de tanta pantomima burguesa les pintabas franjas negras en el rostro y armabas un pequeño campo de batalla: caían al suelo, chocaban entre ellas, les arrancabas los ojos. Luego corrías y llorabas desconsoladamente por las muñecas descocidas, por los ojos arrancados, por tus pantalones embarrados y tus rodillas raspadas. Y así empezabas tu búsqueda delirante entre libros y discos, buscabas y buscabas algún soplido refrescante entre voces, entre pieles y acordes, alguna caricia escondida entre la hojilla ennegrecida y el humo que se escapaba por la ventana. Cualquier cosa, querido, que pudiera anestesiarte de tanto trapo deshecho, de tanto polifón en el piso. Lo divertido era ver cómo esa búsqueda terminaba siempre en las muñecas de trapo, los vestidos y los charcos del piso. Un perpetuum mobile, impulsado por vaya-uno-a-saber-qué patada inicial, que volvía siempre a tu juego de muñecas, siempre tan triste y tan bonito de mirar.
Yo disfrutaba de ver cómo corrías con los cordones desatados, dejándolos a todos como fascinados con tu búsqueda incansable (pobrecito, realmente pensabas que una verdad podría alguna vez acunarte). Yo no jugaba, no era un niño, ni un charco, ni una muñeca. Me sentaba en un rincón, escondiéndome entre copas y taxis tardíos, agazapada en unos brazos familiares, tragando esa tristeza tan cómoda del bien-estar. Un día vos me propusiste un juego y de repente estaba contigo, buscando entre las sábanas, no se cómo me convenciste, pero entendí que había que encontrar aquella cosa tan brillante, tan necesaria. Y así estuvimos días (¿te acordás?), dando vuelta las alfombras, abriendo cajones, sin comer, sin dormir, siguiendo pistas: en esa nota sostenida, en aquel párrafo, en cry me a river, entre este pliegue y ese lunar. Al final, por muy divertida que fuera la búsqueda, el miedo empezó a calarnos los huesos, la muy condenada cosa brillante seguía sin aparecer y vos precisabas encontrarla (y yo en el fondo sospechaba que no había nada que encontrar). Ya no te reías, te caías en los charcos y llorabas. Venías a mí llorando y me mostrabas cómo se habían roto tus muñecas, cómo se te llenaron de barro las manos, cómo habían sangrado tus dedos de tanto buscar entre escombros.
Esa noche estábamos caminando por una avenida, vos llorabas nuevamente y paramos para que te lavaras la cara en una canilla pública. Cuando levanté la mirada y me vi reflejada en el ventanal de ese comercio, lo comprendí. Mi vestido estaba sucio, mi pelo parecía lana enmarañada, del hueco donde debía estar mi ojo izquierdo, prendido de un hilo finísimo, colgaba un botón verde a la altura de la nariz. "Una calle mojada, una luz azul, cualquier cosa.. pero no esta oscuridad terrible...".
Ahora venís y me preguntás por qué nos llenamos de barro, por qué nos ensuciamos las uñas.
¡Es muss sein, cariño, es muss sein!

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