viernes, 23 de septiembre de 2011

Primer promesa de inmortalidad


Juan esperaba en un bar, de esos a los que apodaba “de mala muerte”. Una interesante forma de adjetivar, pensó. Se consideraba de mala muerte a aquél tipo de lugares, preferentemente oscuros, que olían a mezcla de tabaco, alcohol y aceite rancia. Lugares frecuentados por los mismos cinco viejos tristes que acudían a beber su whisky de las 7 o por los borrachos ruidosos que iban a mirar algún partido de fútbol o por algún estudiante esporádico que, amante del romanticismo onettiano que producía aquella escena, pedía una grapamiel doble y se sentaba a escribir en una servilleta. La mala muerte era esa, un bar en una esquina, las ventanas siempre cerradas, un hombre que llenaba vasos mientras tarareaba tangos, chapas viejas entre cuyo óxido se distinguía una rubia sonriente con una botella de Coca-Cola en su mano, olor a aceite y tabaco. La mala muerte era elegir un whisky en la oscuridad en vez de la novela de la tarde. Pero si había una mala muerte debía haber una buena, ¿cuál sería la buena muerte? Pensó en La Ilíada, en la “bella muerte” griega, la muerte heróica de Aquiles o de Héctor. La bella muerte era entonces la muerte en el campo de batalla, morir atravesado por la lanza de un enemigo poderoso, morir cumpliendo un destino ineludible. Una gloriosa muerte para ser cantada por poetas. Pensó en Kurt Cobain, en el Che Guevara, en Janis Joplin. Pero eso no era la buena muerte, era una bella muerte, la muerte reservada para héroes, para aristócratas. La muerte buena, privada de valor estético, refiere al tipo común, al que se le niega lo bello y se le enchufa lo moral. ¿Morir en una cama de hospital? ¿Morir en un accidente de autos? ¿Morir en una residencia de ancianos? La buena muerte es morir de un ataque cardíaco en casa y la promesa de inmortalidad es un obituario que asegura que será extrañado por su esposa, hijos, nietos…

miércoles, 14 de septiembre de 2011

A través del gong


¿Les agrada?
VÓTENLA


Nocturno

A determinada hora de la noche mi cabeza se llena de fantasmas y no puedo dormir.

Creo que me estoy volviendo loca, cada vez más loca. Es insoportable. Todos los pequeños demonios de mis decisiones erradas, los fantasmas de lo que pudo haber sido, las monstruosas preguntas se reunen a esa hora y golpean las paredes de mi cráneo. Y parecen crecer con solo verse unos a otros, se hacen enormes, se gustan y se reproducen. Engendran millones de otros demonios chicos que también crecen y se multiplican.

Temo que alguna de estas noches encuentren el camino y presionen hasta sacarme los ojos de las órbitas. Quizás mi cráneo se aburra de ofrecer resistencia y entonces, me terminen volando las sienes.