miércoles, 19 de octubre de 2011

El arte y la experiencia artística




“Yo estaba limpiando la pieza, al dar la vuelta, me acerqué al diván y no podía acordarme si lo había limpiado o no. Como esos movimientos son habituales e inconscientes no podía acordarme y tenía la impresión de que ya era imposible hacerlo. Por lo tanto, si he limpiado y me he olvidado, es decir, si he actuado inconscientemente, es exactamente como si no lo hubiera hecho. Si alguien consciente me hubiera visto, se podría restituir el gesto. Pero si nadie lo ha visto o si lo ha visto inconscientemente, si toda la vida compleja de tanta gente se desarrolla inconscientemente, es como si esta vida no hubiera existido”


Nota del diario de L. Tolstoi del 28 de Febrero de 1897


Una vez que conocemos el mundo que nos rodea y que este se nos hace cotidiano, nos acostumbramos a la presencia, disposición y funcionamiento de casas, árboles, calles, caras y hasta frases o actitudes. No nos sorprenden ya ni guerras, ni pobreza, ni siquiera la forma en que nos enamoramos. Una vez descifrados los códigos, ya no es necesario pararse con detenimiento para realmente ver: alcanza con una simple ojeada que permita reconocer lo ya asimilado. Así, caminamos o conducimos por las mismas cuadras todos los días, de forma tan automática que llegamos a los lugares sin recordar el trayecto. Nos movemos en base a esta automatización que indefectiblemente se devora todo cuanto pasamos por alto para economizar fuerzas. La automatización convierte la vida en una vida inconsciente, en una vida que deja de existir.


En medio de lo predecible, en medio de lo automático, aparece eso que llamamos Arte. El arte ordena los objetos de modo singular, utiliza palabras que se alejan de la norma o de lo coloquial, crea imágenes distintas de las apreciables en el paisaje cotidiano. Frente a esta trasgresión, el receptor de la obra artística (lector, espectador, etc.) se ve obligado a agudizar su percepción, a detenerse y observar con atención este objeto que tanto difiere de lo que se está acostumbrado a ver. Arte es aquello que rompe con la economía de fuerzas, que desautomatiza la percepción, que, a conciencia, logra generar ese extrañamiento del cual depende la experiencia artística. Es únicamente mediante esta última que podremos recobrar esa vida que la automatización hizo inconsciente. Y es verdad que puede ser experimentado en múltiples circunstancias, pero es el arte quien, en última instancia, debe su función primera a la construcción del extrañamiento: “Para dar sensación de vida, para sentir los objetos, para percibir que la piedra es piedra, existe eso que se llama arte”.


Arte significa violación deliberada, trasgresión a lo predecible. Pero, cuando esta violación se sistematiza y llega al status de canon, pierde su fuerzadesautomatizadora y se vuelve tan predecible como lo que una vez quiso romper. De este modo, las formas y los contenidos de las obras artísticas cambian, acoplándose a la necesidad de trasgresión estética para generar la experiencia artística.


Hoy, en una sociedad donde priman tanto el culto al canon como al best seller, donde arte y política se confunden, esta función se olvida y se relega a otras. Arte para propulsar individualidades, para fabricar grandes personalidades, arte para vender como objeto de consumo, arte para generar consciencia política… El resultado de esta turbadora homogeneización de formas y contenidos es que, al fin y al cabo, nadie ha superado las vanguardias y seguimos aferrados a los viejos modelos que en un momento desbarataron el concepto de arte, pero que están ya tan sistematizados y canonizados como otros. Es absolutamente necesario que el artista no olvide la función primera del arte y que comprenda la situación en la que se encuentra. Solo así logrará romper con esa hegemonía de lo diverso en que estamos inmersos, para crear una obra que realmente nos devuelva la vida robada por la automatización.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Primer promesa de inmortalidad


Juan esperaba en un bar, de esos a los que apodaba “de mala muerte”. Una interesante forma de adjetivar, pensó. Se consideraba de mala muerte a aquél tipo de lugares, preferentemente oscuros, que olían a mezcla de tabaco, alcohol y aceite rancia. Lugares frecuentados por los mismos cinco viejos tristes que acudían a beber su whisky de las 7 o por los borrachos ruidosos que iban a mirar algún partido de fútbol o por algún estudiante esporádico que, amante del romanticismo onettiano que producía aquella escena, pedía una grapamiel doble y se sentaba a escribir en una servilleta. La mala muerte era esa, un bar en una esquina, las ventanas siempre cerradas, un hombre que llenaba vasos mientras tarareaba tangos, chapas viejas entre cuyo óxido se distinguía una rubia sonriente con una botella de Coca-Cola en su mano, olor a aceite y tabaco. La mala muerte era elegir un whisky en la oscuridad en vez de la novela de la tarde. Pero si había una mala muerte debía haber una buena, ¿cuál sería la buena muerte? Pensó en La Ilíada, en la “bella muerte” griega, la muerte heróica de Aquiles o de Héctor. La bella muerte era entonces la muerte en el campo de batalla, morir atravesado por la lanza de un enemigo poderoso, morir cumpliendo un destino ineludible. Una gloriosa muerte para ser cantada por poetas. Pensó en Kurt Cobain, en el Che Guevara, en Janis Joplin. Pero eso no era la buena muerte, era una bella muerte, la muerte reservada para héroes, para aristócratas. La muerte buena, privada de valor estético, refiere al tipo común, al que se le niega lo bello y se le enchufa lo moral. ¿Morir en una cama de hospital? ¿Morir en un accidente de autos? ¿Morir en una residencia de ancianos? La buena muerte es morir de un ataque cardíaco en casa y la promesa de inmortalidad es un obituario que asegura que será extrañado por su esposa, hijos, nietos…

miércoles, 14 de septiembre de 2011

A través del gong


¿Les agrada?
VÓTENLA


Nocturno

A determinada hora de la noche mi cabeza se llena de fantasmas y no puedo dormir.

Creo que me estoy volviendo loca, cada vez más loca. Es insoportable. Todos los pequeños demonios de mis decisiones erradas, los fantasmas de lo que pudo haber sido, las monstruosas preguntas se reunen a esa hora y golpean las paredes de mi cráneo. Y parecen crecer con solo verse unos a otros, se hacen enormes, se gustan y se reproducen. Engendran millones de otros demonios chicos que también crecen y se multiplican.

Temo que alguna de estas noches encuentren el camino y presionen hasta sacarme los ojos de las órbitas. Quizás mi cráneo se aburra de ofrecer resistencia y entonces, me terminen volando las sienes.

lunes, 11 de abril de 2011

Sobre convicciones...

"Se me hace sospechoso tener conceptos demasiado claros por períodos de tiempo muy prolongados. No dudar me huele a estancamiento intelectual."

Esto lo escribí yo hace más de un año. Desde ese entonces conocí gente nueva; participé de diversas discusiones con chicos, grandes, profesionales, estudiantes, hombres, mujeres, militares y militantes; observé charlas acaloradas entre gente distinta y aburridas charlas entre gente igual; escuché a la gente de siempre diciendo las cosas de siempre... en fin viví como el resto de los seres. La cosa es que en este año de vida no pude falsar mi teoría y hoy, mientras ojeaba un libro en el ómnibus, me topé con un texto que Friedrich Nietzsche escribió en 1888 (bastantes años antes de mi nacimiento :P) y que ahora les transcribo puesto que tiene mucho que ver con esa frase mía y con cosas que vengo pensando hace un tiempecito.

"No nos dejemos inducir al error: los grandes espíritus son escépticos. Zaratustra es un escéptico. La fortaleza, la libertad nacida de la fuerza y el exceso de fuerza del espíritu se prueba mediante el escepticismo. A los hombres de convicción no se los ha de tener en cuenta en nada de lo fundamental referente al valor y al no valor. Las convicciones son prisiones.

Esos hombres no ven bastante lejos, no ven debajo de sí: mas para tener derecho a hablar del valor hay que ver quinientas convicciones por debajo de sí, por detrás de sí... Un espíritu que quiere cosas grandes, que quiere también los medios para conseguirlas, es necesariamente escéptico. El estar libre de toda especie de convicciones, el poder mirar libremente, forma parte de la fortaleza... La gran pasión que es el fundamente y el poder del propio ser, más ilustrada, más despótica aún que el intelecto humano, toma a éste todo entero a su servicio; le quita todo escrúpulo; le da incluso valor para usar medios no santos; en determinadas circunstancias le permite convicciones. La convicción como medio: muchas cosas no se las consigue más que por medio de una convicción. La gran pasión usa, consume convicciones, no se somete a ellas, -se sabe soberana. A la inversa la necesidad de fe, la necesidad de alguna incondicional en el 'sí' y en el 'no' es una necesidad propia de la debilidad..."

Yo subrayé algunas frases del texto. Esto implica que estoy condicionando un poco su lectura, pero son estas las opiniones que quiero resaltar. Son las que me surgen cuando escucho a alguno que, "muy seguro", demuestra su convicción absoluta en alguna ideología, religión u opinión y que increpa a quien no se casa con pensamiento alguno, alegando su falta de compromiso... "tan típico de la posmodernidad", dicen y sonríen para sí, felices de tener un suelo firme que pisar.

jueves, 31 de marzo de 2011

Fotógrafa del mes

Se llama Elisabeth Ohlson Wallin, es una mujer sueca que nació en 1961, la conocemos aquí gracias a Ecce Homo, una exhibición que realizó en Estocolmo en 1998 y que se hizo famosa mundialmente después de presentarse en la Catedral de Uppsala.
Ecce Homo
consta de 12 fotografías en las que la fotógrafa representa clásicas escenas del Nuevo Testamento cristiano sustituyendo los entornos o los personajes por temáticas gay, lesbiana, bisexual. A continuación les muestro algunas de las imágenes q integran Ecce Homo y otras de la autora que me gustaron









Les dejo la página de la autora por si quieren vichar más fotos o (si tienen la suerte de saber Sueco) leer las entrevistas. http://www.ohlson.se/i-2.htm

jueves, 17 de febrero de 2011

Peor que en un corral

Tengo fragmentos, nada más, fragmentos de tu rostro, piezas del rompecabezas de tu cuerpo que no puedo juntar porque el pegamento se diluye con esta agua salada que me nubla la vista y no puedo ver los huecos, ni diferenciar las figuritas de la nada. La porcelana rota, oscurecida por los restos de un pasado incierto me mutila, me flagela a latigazos, me comprime la tráquea con manos heladas. Rostros y siluetas serpentean silenciosas entre los dientes del coloso. Si sos todos los hombres, ¿cómo podés ser alguno de ellos?. Entonces quién yace a mi lado en este lecho? Nunca podré juntar, pegar, articular como corresponde...

El coloso se esconde en las sombras.