domingo, 19 de mayo de 2013

Corazón coraza

El número 6 olía a tabaco, a sexo y a desinfectante barato. La oscuridad y la nube de humo hacían lo posible por ocultar las manchas de humedad que poblaban paredes y cortinas. Me recosté contra el respaldo de la cama y saqué un pucho de la caja que me esperaba en la mesa de noche. Aproveché la luz de la llama para mirarte. Ahí estabas, adormilado, acurrucado contra mi pecho izquierdo, como un bebé dormido después de vaciar de leche la teta de su madre. El humo te despertó de repente. ¿No vas a dormir? Me dijiste sonriendo. Ahora voy. Te tranquilicé acariciándote la cabeza. Me repugnaba verte, así que me concentré en las ondulaciones del humo que exhalaba. La noche anterior había sido distinto. Recorrimos las calles del centro, leyéndonos Cortázar, escondiéndonos en las esquinas para besarnos y jugar al cíclope. Los dos escapábamos: vos de tu vida de casado, yo de mi adolescencia controlada. Empapados de literatura nos buscábamos las bocas, las manos, los ojos. Somos literatura, sos la Maga, me decías. Llegamos al telo como a las 12, después de tomar y tomar, de fumar, de reírnos a carcajadas. Nos reíamos de nosotros, de tu mujer, del telo de $500 la noche. Tiramos los libros al borde de la cama, nos besamos y me repetías que esto nunca te había pasado "Es el amor" me recitabas al desvestirme "Tendré que ocultarme o huir..."

Y de pronto lo vimos. En la pared, al lado de la televisión que transmitía el informativo (solo en un telo de $500 la noche se ve el informativo). Nos miraba como riéndose. Nuestro gran poeta Mario Benedetti, con la cabeza recostada en su mano. Bajo la imagen había un poema: "Mi táctica es/mirarte/aprender cómo sos/quererte como sos" El viejo pelotudo, con su cursilería barata, insultaba toda nuestra literatura. Todo lo que habíamos creado con palabras, besos, miradas, se rompía en esos versos de mierda. Benedetti nos gritaba que no, que en ese cuarto no había magia. Con su sonrisa de falso militante y sus palabras de amor comprometido, atentaba contra nuestra existencia misma. Entonces me acerqué a tu oído y te di la idea. Matemos a este tipo. Vamos a coger hasta que se muera de poesía.

Te moviste en sueños, parecías incómodo. ¿Sería la conciencia que por fin te estaba pesando? Pensé en tu esposa, en su casa, en la excusa que seguramente inventarías. Qué tipo cagón, pensé y casi me dio lástima por ella. Pero ahí estaba yo, desnuda y sucia, con el pelo revuelto, abrazándote mientras dormías. Mi pobre escritor frustrado. Me daba asco tu debilidad, tus gemidos agudos al coger, tu triste ambición literaria. Nunca te dije que tus cuentos me parecían una mierda, un verdadero rejunte de asustaviejadas sin sentido. Y sin embargo ahí estabas, mordiéndome los pezones. Nos consumía la suciedad, el frío, el engaño. Las 5am, debería despertarte. Apagué el cigarro y me metí entre las sábanas. Olor a nosotros. Te quejaste, aún dormido. Cuando abriste los ojos me viste y con una mano me señalaste el camino hacia tu boca. Me movía rápido, te tapé la boca para que no gimieras. Odiaba tus gemidos. Odiaba esa habitación y a Mario Benedetti. Odiaba a tu esposa, a mi padre y que me quedaran dos cigarrillos en la caja. Quería apuñalarte con mi cuerpo. Vos querías acariciarme. Te tomé la manos y las inmovilicé sobre tu cabeza. No nene. Vos no me tocás más. Terminé y me bajé de la cama. Ya es tarde, ¿nos vamos? Fui a ducharme mientras vos revisabas tu celular. 

Cuando salí, vi que habías prendido la tele y me mirabas divertido. Mirá esto. No pude contener la risa. Los dos nos reímos sin parar. Corrí a darte un beso, te besé durante toda la nota del informativo. Nos vestimos, cerramos la puerta del número 6 y, entre risas, abandonamos el lugar. Dejamos la televisión prendida.

-Mario Benedetti será velado hoy a las 9 de la mañana en el Palacio Legislativo.