miércoles, 10 de abril de 2013

Pincha globos


Casi todo lo que somos, pensamos y sentimos termina siendo un problema geográfico... donde nacemos marca la mayoría de las cosas que nos identifican: el idioma, los valores morales, la forma de reaccionar frente a estímulos externos, la gente con la que te cruzás en la vida.. Somos un conglomerado de circunstancias azarosas, originadas de ese primer hecho aleatorio. Y sin embargo, aun siendo conscientes de esta realidad, los humanos nos negamos a aceptar lo contingente de nuestra existencia.

A ese azar entonces lo encubrimos, lo escondemos bajo un velo de libre albedrío (mi mejor amiga, mi novio, mi carrera, son tales porque YO las elegí). Pero fuera del mapa conocido hay un mundo de posibilidades inexploradas, un horizonte de "qué hubiera pasado si..." que nos será por siempre imposible de conocer.

Y todavía hay otro velo, más sutil y más perverso: el que convierte al azar en milagro, sino, providencia divina. Ahí la casualidad causal del encuentro se convierte en magia, el azar se convierte en destino. Y la levedad de lo casual, que amenaza con la desaparición de las cosas (porque lo que sucede sin razón alguna podría perfectamente no existir), se sustituye por el peso de lo inexpugnable.

La vida es más hermosa si hay un plan divino para cada uno de nosotros, si hay una media naranja o una misión cósmica a cumplir. La vida se vuelve más racional y controlable si podemos decidir sobre las cosas que nos suceden.

Pero no, gente...


la vida es azar y geografía.

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