Casi todo lo que somos, pensamos y sentimos termina siendo
un problema geográfico... donde nacemos
marca la mayoría de las cosas que nos identifican: el idioma, los valores
morales, la forma de reaccionar frente a estímulos externos, la gente con la
que te cruzás en la vida.. Somos un conglomerado de circunstancias azarosas,
originadas de ese primer hecho aleatorio. Y sin embargo, aun siendo conscientes
de esta realidad, los humanos nos negamos a aceptar lo contingente de nuestra
existencia.
A ese azar entonces
lo encubrimos, lo escondemos bajo un velo de libre albedrío (mi mejor amiga, mi
novio, mi carrera, son tales porque YO las elegí). Pero fuera del mapa conocido
hay un mundo de posibilidades inexploradas, un horizonte de "qué hubiera
pasado si..." que nos será por siempre imposible de conocer.
Y todavía hay otro velo, más sutil y más perverso: el que
convierte al azar en milagro, sino, providencia divina. Ahí la casualidad
causal del encuentro se convierte en magia, el azar se convierte en destino. Y
la levedad de lo casual, que amenaza con la desaparición de las cosas (porque
lo que sucede sin razón alguna podría perfectamente no existir), se sustituye
por el peso de lo inexpugnable.
La vida es más hermosa si hay un plan divino para cada uno
de nosotros, si hay una media naranja o una misión cósmica a cumplir. La vida
se vuelve más racional y controlable si podemos decidir sobre las cosas que nos
suceden.
Pero no, gente...
la vida es azar y
geografía.
Muy bueno!
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